sexta-feira, 12 de junho de 2015




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12 de junio de 2015



Querido Ernesto,

He estado a punto de escribir estas líneas muchas veces… pero los días que corren son apresurados, turbulentos, el tiempo pasa demasiado rápido. He querido contarte de esta generación, del país que dejaste atrás para conquistar otros mundos que solicitaban el concurso de tus modestos esfuerzos.

He estado a punto de escribirte Ernesto, para que me expliques, y le expliques a los míos, cómo se hace para dejar a un lado los intereses personales y enfrentarse a los males que tienen al mundo de cabeza. Para ser a la vez médico, filósofo, economista, patriota, poeta… y al mismo tiempo conjugar la más estricta rigidez ante los deberes, con la diversión y la broma inteligente. Para conocer cómo se puede llegar a percibir tan bien los más profundos sinsabores de la pobreza, y siendo un hombre asmático, imponerse a la enfermedad y subir las cumbres más altas.

¡Qué alta nos colocaste la vara de la estatura revolucionaria, Er­nesto! Y eso ha hecho a una generación entera seguir tus con­vicciones y tus ideas.

Quiero contarte que en Cuba seguimos construyendo el socialismo, el hombre nuevo, que dejaste las bases teóricas y prácticas sentadas, pero ha demorado el camino, porque mientras no estabas el pueblo ha tenido que enfrentar enormes obstáculos, y le ha tocado improvisar, aprender paso a paso, equivocarse, retroceder, recomenzar. Pero te gustaría saber, Ernesto, que sobre esas adversidades que la historia misma nos ha impuesto, no hemos hipotecado nuestra libertad.

No obstante, cuánta falta nos haría que hubieras logrado hacer aquel Manual de Filosofía que te propusiste en los últimos momentos de la vida, cuando te percataste que nada se había escrito en Cuba, salvo aquellos “ladrillos soviéticos”, como tú mismo les llamaste.

Es cierto que ha cambiado mucho la realidad que conociste, que al parecer la humanidad se vuelve por segundos un poco más materialista, los niños ahora juegan con aparatos sofisticados que los enseñan a matar, y se divierten. La ciencia avanza, y contradictoriamente, los hombres siguen apostando por la llegada del holocausto, sembrando guerras y hambre, en lugar de cultivar la educación, la cultura y las riquezas. Te entristecería saber, Ernesto, que vivimos el mundo de la agudización de la crisis del capitalismo, donde el 1 % de la población posee el 40 % de la riqueza monetaria del planeta.

Es cierto que los asesinos y terroristas pasean campantes por el mundo, y que hace poco en una Cumbre estuvimos frente a frente con aquel hombre que pretendió asesinarte en la escuelita de la Higuera. ¡Cuánta indignación sentimos!

Pero en medio de esas circunstancias, en Cuba una generación entera sigue encontrando en la idea del bien que tú inculcaste, en la pasión por la lucha contra la injusticia que conociste en los pueblos de Latinoamérica, el sentido de su vida.

Quiero recordarte las palabras de Fidel el 17 de octubre de 1997 cuando se dirigió a tu pueblo en medio de la tristeza: “Bienvenidos, compañeros heroicos del destacamento de re­fuerzo”. Eso eres para esta generación Ernesto, el refuerzo, la guerrilla imperecedera.

He estado a punto de escribirte para que sepas que conocí cómo fueron esos días antes de partir de Cuba, cuando ya convertido en el viejo Ramón te trasladaste a una casa de seguridad en La Habana y pediste ver a tus niños, a quienes fuiste presentado como un “amigo uruguayo de su padre”. Y cómo en medio de las jugarretas de los pequeños Aleidita se dio un golpe en la cabeza, y tú la atendiste.

Poco después ella le dijo a su madre: “Mamá, este hombre está enamorado de mí”. ¡Cuánta ternura encerraría tu atención y cuidado!

Hubo una vez que te robé los versos que le enviaste a tu amada Aleida: “…no tiembles ante el hambre de los lobos / ni en el frío estepario de la ausencia”. No pude aguantarme, y te robé también aquella dedicatoria, y de igual forma tuve que hacerlo cuando en clases una profesora pidió hablar de la importancia de la educación:
“Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras, pero simultáneamente hay que sembrar perales”.

Quisiera escribirte más, tendría mucho que contarte, por ejemplo, que hoy estamos rindiéndote homenaje, aunque tal vez como dijiste un día, solo quisieras que te recordemos “de vez en cuando”. Pero resulta imposible hacerlo, porque en la marcha de nuestras vidas, fluyen de forma cálida tu espíritu, tu virtud, y tus ideas.

Cuente con esta generación que usted ayudó a formar sin duda alguna, Comandante. Cuente con que el hombre nuevo que fue en sí mismo se multiplica en cada uno de nosotros, y que no dejaremos derramar la sangre de la Patria, mientras usted esté vivo. Como siempre.

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